Jack O’Neill la leyenda más icónica de la industria del surf
Jack O’Neill, conocido como el inventor del traje de surf, se nos fue dejando una de las historias más icónicas de la historia del surf.
En 1952 Jack abrió una pequeña tienda de surf en un garaje de Ocean Beach, al principio con el propósito de vender alguna tabla de surf y parafina, pero sobre todo poder estar en el ambiente surfero y costearse los baños diarios en el área de San Francisco.
El ambiente en California en los primeros 50s era de total explosión del surf, de la vida en la playa, y las costumbres más «relajadas» de una generación que tras haber dejado atrás la II guerra mundial, Jack fue piloto de la Navy, urgían escapar de las sombras de la guerra hacia nuevos horizontes.
El surf, los motores, y el rock & roll era todo lo que aquella generación necesitaba para olvidar los traumas del pasado y construir un nuevo mundo de disfrute y diversión. Para Jack, como al resto de jóvenes surfistas del norte de California, solo había una cosa que les frenaba en su afán de pasar la mayor parte de las horas del día metidos en las rompientes.
Y es que la temperatura del agua en esa zona oscila entre los 17 y los 10 grados en la estación más fría, por lo que durante meses los baños de estos ansiosos surfistas duraban apenas unos minutos. O’Neill, de espíritu aventurero y emprendedor, pronto comenzó a manufacturar y vender en su tienda primitivos chalecos que tenían la intención de atenuar un poco la sensación térmica invernal.
Al principio la tropa que se arremolinaba alrededor de la surfshop de Ocean Beach se reía de el diciendo que jamás haría negocio vendiendo chalecos para cuatro surfers que se metían en invierno, pero Jack no tenía grandes pretensiones y como el mismo diría años más tarde en una entrevista «nadie estuvo más sorprendido que yo cuando la marca empezó a crecer…»
A partir de ahí comenzó una incansable búsqueda de materiales que pudieran aplicarse a la confección para mantener caliente el cuerpo de los surfistas en el agua, y que su espíritu pudiera elevarse libre sobre las olas sin los tembleques de la hipotermia.
Los comienzos no fueron fáciles y tardó años en dar con un material que funcionara, hasta que con la ayuda de un amigo farmacéutico que estaba experimentando con materiales para lentillas, encontraran el caucho sintético con el que está hecho el neopreno.
Jack O’Neill apostó fuerte por su producto y se cuenta que viajaba por las ferias costeras con una piscina con agua y hielos donde metía a sus propios hijos con los neoprenos para demostrar su fiabilidad. Pronto la cosa empezó a funcionar y para 1959 abría la surfshop de San Francisco, considerada como el epicentro de la industria surfera de California, hasta tal punto que en el año 2002 el lugar fue declarado Punto de Interés Histórico por la California State Historical Resources Commission.
En 1971 en su afán por seguir innovando, probando un prototipo de invento, Jack tuvo un accidente en el agua a consecuencia del cual tuvo que llevar el famoso parche en el ojo de por vida, creándose una de las imágenes más icónicas y conocidas del mundo del surf.
Con el tiempo O’Neill se ha convertido en una de las grandes marcas del sector con una expansión que abarca mercados como el textil, o el técnico de snow, pero que mantiene las raíces bien asentadas en sus lineas de innovadores wetsuits y complementos para el surfing.
Durante las últimas décadas Jack dejó la empresa en manos de su hijo Pat, para dedicarse a sus otras pasiones aparte del surfing, la navegación en catamarán, el vuelo de dirigibles, o la creación del programa O’Neill Sea Odyssey, para la difusión del medio ambiente y la biología marina entre los más pequeños.
Toda una vida dedicada al surf, con una enorme importancia histórica. Un hombre al que todos los surfistas de zonas no tropicales del planeta le debemos mucho, y una pasión por las olas y la naturaleza que contagió a toda una generación, y que seguirá viva en el recuerdo del ya leyenda del surfing, al que desde aquí rendimos un sincero homenaje.
Buenas olas en el otro mundo, Jack!